En el ámbito escolar, muchas veces las emociones han sido
reprimidas y mal vistas, al igual que en la sociedad en general. Antes se podía
reprimir al alumnado a través de una educación basada en el autoritarismo, el
miedo, la represión y la expulsión, pero ahora esto ya no nos sirve. Aunque
tampoco se nos ha dotado todavía de nuevos elementos y herramientas para
intervenir, lo cual nos ha llevado a buscar nuevos conocimientos y estrategias.
Aunque
las emociones forman parte de nuestra vida de una forma muy profunda y real, la
verdad es que durante muchos años no se han tenido demasiado en cuenta, ni en
la sociedad ni en el ámbito escolar. Más bien podemos decir que a menudo se han
considerado como elementos molestos. La escuela se ha basado sobre todo en el
aprendizaje de contenidos, de herramientas dirigidas al ámbito mental, y a
menudo las emociones se han controlado e incluso reprimido.
Maturana
(1.996), pedagogo y biólogo chileno, dice que desde una perspectiva de
investigación biológica las emociones fundamentan todo lo que hacemos e incluso
lo que pensamos. Pero la realidad es que no las hemos tenido en cuenta ni hemos
intentado educarlas; han sido las neurociencias y la labor divulgativa de científicos
y personas como Daniel Goleman lo que ha permitido que las observemos, que nos
demos cuenta de su importancia y que desde una perspectiva académica empecemos
a permitir que afloren. Científicos de reconocida valía, como el neurólogo
Damasio, Ledoux, Edgar Morin, Paul Ekman, nos hacen dar cuenta de la
importancia de nuestro propio mundo emocional si queremos avanzar hacia una
sociedad mucho más humana, mucho más basada en los valores de la convivencia,
el bienestar y la felicidad. En este sentido, Spinoza (2.006) ya dijo que las
emociones y los sentimientos constituyen los aspectos centrales de la
‘humanidad’.
De
hecho, durante tiempo hemos funcionado con el viejo paradigma según el cual la
razón lo es todo y basta con trabajar y educar ese ámbito. Tal vez eso sucedía
también porque la escuela no acababa de creerse la albor educativa integral de
la persona y pensaba que la suya era únicamente una labor instructiva de la
razón. Pero la persona es mucho más que
el ámbito mental y cuando ya no disponemos de métodos represivos o, en todo
caso, éstos no están bien vistos, debemos abrirnos a nuevos ámbitos y
conocimientos para poder hacer frente a la realidad cotidiana de nuestras
escuelas y de nuestro alumnado. Abrir la mirada al ámbito emocional nos permite
tener muchas más herramientas y recursos para hacer frente a la educación
integral de nuestro alumnado. El cuerpo, la mente y las emociones son 3 ámbitos
que nos constituyen y ahora se nos hace evidente que debemos intervenir en la
educación y el desarrollo de los tres.
Retos que se nos plantean si queremos
introducir la educación emocional en el ámbito escolar.
Muy a menudo en el ámbito escolar hemos introducido nuevos
métodos y nuevos programas a través de una formación de tipo mental y
cognitiva. El trabajo con la educación emocional no nos permite hacer lo mismo: si no somos capaces de identificar nuestras emociones, difícilmente
podremos tocar el mundo emocional. Bach y Darder (2.004) plantean, el hecho de
que uno debe abrirse emocionalmente a sí mismo, observar las propias emociones
y sentimientos para podernos identificar y autogestionar y así poder
intervenir en la educación emocional del
alumnado, lo cual sin duda significa cambios a nivel personal. El abc de las
emociones son nuestras propias emociones: si no las reconocemos en nosotros ,
difícilmente podremos hacer un acercamiento al otro desde el ámbito emocional y
mucho menos lograr una educación emocional. Esto nos plantea un reto, porque
supone un cambio de perspectiva, un cambio muy importante que nos exige
introspección.
Las
neurociencias nos están aportando información muy valiosa al respecto, como el
hecho de que el circuito emocional es un circuito abierto, es decir, que
siempre estamos en comunicación emocional con el otro y que, si en nosotros hay
desencanto, lo que comunicamos a nuestro alumnado y a nuestro entorno es
desencanto; si hay apatía, comunicamos apatía, y si hay motivación, comunicamos
motivación. Nuestras propias emociones crean. Ahora podemos decir que hay
emociones que favorecen el aprendizaje y la convivencia y otras que no. La
educación emocional empieza en nosotros y depende del autoconocimiento y de la
autogestión de nuestras emociones y de este circuito emocional que siempre está
abierto. Podemos ser cada vez más conscientes de ello si decidimos mirar hacia
nuestro propio mundo emocional primero y después hacia el mundo emocional de las personas del entorno. De
hecho, hoy hablamos de inteligencia emocional; podríamos decir que primero
debemos cultivar y trabajar nuestra propia inteligencia emocional para después
poder incidir en trabajar y cultivar la
del otro. Sabemos que muchos aprendizajes se hacen a través de un modelado no
consciente, es decir, que aprendemos por imitación o adopción de hechos y
maneras del otro sin que seamos conscientes de nuestro aprendizaje.
Normalmente,
el concepto de educación emocional va unido al de desarrollo personal, porque
la educación emocional siempre exige o aporta un aumento de los recursos,
conocimiento, maduración personal, habilidades y estrategias que la persona
tiene o ha tenido hasta el momento.
La educación y la relación de ayuda
Rogers (1.972) ya decía que
quien ayuda necesita poder hacer sentir a la persona ayudada que es aceptada
incondicionalmente y que para ello son necesarias la empatía y la congruencia.
Para poder hacer esta aceptación incondicional del otro primero tenemos que
haber trabajado mucho nuestra propia aceptación. A menudo nos encontramos con
maestros que dicen y manifiestan que aceptan a un alumno, pero resulta que el
alumno en cuestión no se siente aceptado y tiene reacciones que lo pone de
manifiesto.
La
aceptación o no aceptación es un hecho emocional, no es algo que podamos hacer
sólo desde la razón. La no aceptación se suele sentir siempre como un ataque
personal, y cuando nos sentimos atacados, normalmente consciente o
inconscientemente tendemos a mostrar reacciones muy primarias de inhibición y
de defensa. En nuestras aulas muchas veces podemos ver todas estas reacciones.
Todo esto pasa a nivel muy primario o inconsciente, pero pasa. Si nos paramos a
observarlo, se nos hará del todo evidente.
Para
tener empatía hacia el otro también debemos abrirnos emocionalmente al otro,
comprenderlo y al mismo tiempo saber manejar las emociones que eso despierta en
nosotros. La empatía exige que nos abramos emocionalmente para sentir, para
percibir qué está percibiendo el otro, pero eso exige una vez más que
conozcamos nuestro propio mundo emocional. La percepción emocional se puede
trabajar, y podríamos decir que hay grados de percepción emocional. Hay
personas que se consideran alexitímicas porque a nivel emocional no tienen
capacidad de percibir qué les está pasando; diríamos que emocionalmente están
cerradas a la percepción, aunque las emociones continúan incidiendo y actuando
en su vida, pero a nivel no consciente.
La
congruencia, una vez más, también nos exige esta mirada al propio mundo
emocional, porque congruente significa poder comunicar al otro de forma
asertiva cómo nos sentimos con respecto a la relación, en este caso educativa.
Es decir, exige también poder darse cuenta uno mismo de que se siente incapaz
de hacer frente a la situación, y eso, si nos lo miramos de forma constructiva
y positiva, siempre es un reto de crecer en recursos, habilidades y maduración
personal. Cuando hablamos de educación emocional, estamos hablando de todas
estas cosas. No de pasar o traspasar cuatro o mil conocimientos intelectuales.
También
es muy importante que tengamos en cuenta estos elementos en la relación con los
padres y las madres de nuestros alumnos y también con nuestros compañeros y
compañeras. Son elementos que nos facilitan mucho nuestro trabajo, lo aligeran
y lo hacen cada vez más agradable y fácil.
Clima emocional y herramientas para la
educación emocional
Trabajar
las emociones en la escuela es saber intervenir para conseguir en el aula un
buen clima emocional que favorezca el hecho educativo, la convivencia y el
aprendizaje de cada uno de los alumnos. Si ponemos atención a cuáles son
nuestras emociones y reacciones emocionales y las de nuestro alumnado y cuál es
el clima emocional que se crea en nuestra aula fruto de la emocionalidad del
maestro o la maestra y también de la del alumnado, ya tenemos bases para poder
empezar a aportar elementos y herramientas al alumnado para conocer e
identificar las propias emociones y también las emociones de los demás.
Lo más
importante, sin embargo, es el hecho de la convivencia del día a día, la manera
como intervenimos en las situaciones que representan un problema, la manera
como nos dirigimos a los alumnos y alumnas y como somos capaces de poner nombre
a las emociones que podemos reconocer en ellos, y desde aquí apoyarles y darles
elementos de identificación de las emociones. Es decir, seguro que aprenden a identificar
mucho más las emociones si, cuando uno de ellos se siente muy enfadado o
preocupado, somos capaces de apoyarle diciéndole: “Te siento muy preocupado,
¿qué te pasa?” que haciendo ejercicios de identificación emocional con
distintas fotografías o dibujos que hayamos recogido o comprado para que
identifiquen emociones. Aunque una cosa no quita la otra y también está bien
que hagamos este ejercicio de sistematizar con material. Podemos hacerlo dentro
de la clase de lengua o la de sociales: no necesariamente tiene que haber una
hora a la semana para trabajar la educación emocional. Debemos integrar sus
emociones y tal vez también las nuestras para que ellos las identifiquen en sí
mismos. En infantil resulta muy fácil hacerlo durante el rato de conversación o
lenguaje oral.
También
resulta interesante que enseñemos elementos de autocontrol y regulación
emocional como las relajaciones y las visualizaciones. En ese caso es mucho
mejor hacer pequeñas sesiones cotidianas integradas en el día a día de las clases
que largas sesiones de relajación, que para algunos pueden resultar muy
aburridas y pesadas. Es decir, resulta muy interesante el hecho de empezar, por
ejemplo, una clase de primera hora de la tarde o de después del patio con cinco
minutos de respiración consciente, mientras suena una música relajante, o
dirigir una pequeña visualización. Si los niños son más pequeños, incluso
podemos hacer que cada día uno distinto dé un pequeño masaje de diez o quince
minutos en la espalda (por encima de la bata o el jersey) de sus compañeros y
compañeras mientras tiene la cabeza apoyada sobre el brazo encima de la mesa.
Realmente, cuando llegan a encontrarle el gusto a sentirse con bienestar es
algo que les gusta hacer y además conseguimos que todo el mundo sea tocado con
respeto por los demás. El contacto corporal a estas edades es muy importante
porque les ayuda a relacionarse.
El
valor del diálogo es un elemento que también debemos introducir, dialogando con
ellos y favoreciendo ejercicios de lenguaje que fomenten el diálogo: por
ejemplo, simular situaciones como las de aprender a decir que no, aprender a
pedir cosas que nos da vergüenza pedir o que
querríamos. Podemos hacer ejercicios para que aprendan a pedir ayuda y sepan
darla… Ayudar no quiere decir hacérselo todo a quien ayudamos, sino que se
vuelva más autónomo.
Una
actividad de aula que siempre resulta muy adecuada es el hecho de que los
alumnos y alumnas pidan cómo se quieren sentir durante el curso escolar.
Normalmente manifiestan que quieren sentirse bien, satisfechos, con amigos,
divertirse, aprender cosas, ser aceptados, que les traten bien… Hablar de qué
hacer para poder conseguir todo esto da para muchas horas de tutoría; lo
podemos dibujar, colgar y situar en alguna zona del aula y siempre nos servirá
como recordatoria de si lo que hemos hecho hoy o ahora es lo que nos ayudará a
conseguir lo que todos queremos. Claro que el docente tiene que dar valor a
este plafón o mural, tenerlo en cuenta y utilizarlo como elemento de reflexión
de cómo nos sentimos o cómo nos hemos sentido hoy. ¿Hemos conseguido lo que
queríamos o no? ¿Y este trimestre? Con esta actividad podemos conseguir que
toda la clase tenga un objetivo en común: conseguir lo que todos queremos.
Con
este tipo de actividades conseguimos que los alumnos interioricen y se hagan
suyos mucho más fácilmente hábitos y comportamientos que contribuyen con
efectividad a crear un buen clima emocional en clase. Con esta actitud, aparte
de que conseguimos que el nivel de bienestar y convivencia aumente en el aula, también
conseguimos que se aumente el nivel de aprendizaje. El hecho de que muchos de
nuestros alumnos no aprendan no se debe a la falta de posibilidades neuronales,
sino a afectaciones emocionales que a menudo son el resultado de la propia
historia emocional o de situaciones emocionales vividas dentro del ámbito
familiar que hacen que al alumno le sea muy difícil aprender. Hoy la neurología
nos explica que cuando hay malestar a nivel emocional, es decir, cuando hay
mucha actividad en la zona emocional del cerebro, es muy difícil que se active
también todo el ámbito encargado del aprendizaje. Es como si no hubiera
posibilidad de que los dos ámbitos del cerebro funcionaran al mismo tiempo. Los
profesores hemos podido observar que los alumnos mucho más impulsivos,
coléricos, con reacciones emocionales más descontroladas, suelen tener un menor
rendimiento académico o dificultades de aprendizaje más evidentes. Lo que
también hemos podido comprobar es que no es a través de la represión del mundo
emocional como se cambia esta situación. Tenemos que poder relacionarnos con
ellos reconociendo sus necesidades emocionales.
Trabajar
por nuestra propia educación y gestión emocional es lo que nos hace crecer y
madurar como personas y nos abre las puertas a hacer aportaciones a nuestro
alumnado que le ayuden en su propia educación emocional. Los docentes en
general tenemos una gran dosis de creatividad, lo cual resulta muy adecuado en
este ámbito porque así seguro que las actividades que creamos están mucho más contextualizadas.
Una vez tengamos esta conciencia y autogestión emocional, sólo deberemos tener
claros los objetivos de convivencia y desarrollo personal que queremos
conseguir para nuestro alumnado y aprovechar la dinámica del día para irlo
logrando.
Carmen Boix. Maestra, formadora y terapeuta
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